jueves, 28 de septiembre de 2017

Noches largas...

Hay noches largas.
Noches muy largas.
Y luego están las noches que se te hacen eternas y en las que deseas con todo tu corazón que Allah traiga la luz del sol.
Que suene el despertador. Que se oiga de fondo el ruido de las mochilas de carro de los niños que se apresuran a la entrada del colegio. Que comience el tráfico, con los más impacientes pitando al volante y los avisos del silbato del agente que dirige semejante caos.
Ruido, mucho ruido. 
Eso es lo que hay durante el día, por eso hay menos lágrimas. Porque no somos capaces de oír los lamentos de nuestro interior.
Sin embargo, cuando el cielo se apaga, cuando las calles enmudecen y todos duermen, te es inevitable escuchar a tu alma.
El eco que retumba desde ese vacío tan profundo, puede llegar a ser ensordecedor.
De noche, en silencio, duelen más las penas. Se hace más profunda la tristeza. La ausencia de algo o alguien en nuestras vidas nos hace revivir con nostalgia cada momento de felicidad a través de los recuerdos.
Pero recuerda, que cuanto más se intensifique la oscuridad de la noche, más cerca estará el amanecer.
Es cuestión de horas. Aunque las horas no siempre duran lo mismo. El tiempo es muy relativo cuando se trata de sentimientos.
Haz que esas horas amargas, se conviertan en un acto de adoración, y que al final de la noche, dejen en tus labios un dulce sabor.
Haz de tus lágrimas, acercamiento y devoción.
Llórale a Él, ﷻ, a Aquél que te creó.
Haz de Su recuerdo un bálsamo para calmar tu dolor.
Pues solo Aquél en cuyas manos se encuentra la sucesión de la noche y el día, es capaz de reemplazar en tu corazón la tristeza por la alegría.

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